martes, 20 de junio de 2017

Lorca: El poeta y la muerte


Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, 
un andaluz tan claro, tan rico de aventura. 
Yo canto su elegancia con palabras que gimen 
y recuerdo una brisa triste por los olivos. 
(Federico García Lorca)



Yo acorralado en este desconcierto de palabra cautiva
que no verá su curso natural cubierto con requiebros
de amantes en la ventana y coplas en el aire;
Granada ya no es Granada, 
es una charca de muerte
en esa noche fría de partituras huecas
que toca la sinfonía que no escuchan los pájaros burlones
que no temen las balas donde sus ramas duermen.

Y, al fin, llega el poeta
 con su traje de loco que no encontró destino,
su valiente alegría 
encogida en los salones
con la cruz en la mirada y el miedo en las entrañas  
con el corazón quebrado por una pena que brama,
que sangra, que duele, pero no puede nombrar
 en los labios que tiemblan, se precipitan y cantan,
y sitúan los huesos que arrastran a un rincón desconocido
entre el polvo y los espejos de un barranco aletargado.

Por eso canto,
 para recordar la emoción del niño
que mira a sus mayores agradecido y obnubilado,
canto por esta senda perdida que cubre la soledad del mar,
los quejidos del monte y el dolor de los recuerdos
por este eco profundo 
cuyo lamento no escucho pero llora y me despierta
en el rostro de aquellos inundados por la gracia,
tocados por la elegancia, prendidos por la cintura.

Canto para enmarcar la brisa pasajera del cómico ambulante,
de los iletrados que llevan en la sangre la poesía
de mi pequeña calle donde sigue mi madre
y siempre encuentran abrigo en el pecho de la muerte
que viste a Federico frío y amortajado
en la hondura temeraria que los vientos no se llevan,
en el poema de luz que se prolonga en los estanques
y suspira entre los mirtos mientras una nube pasa.



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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.