lunes, 10 de julio de 2017

Poema de la duda - Prólogo.

Los suspiros son aire y van al aire. 
Las lágrimas son agua y van al mar. 
Dime, mujer, cuando el amor se olvida, 
¿sabes tú adónde va?
(Gustavo Adolfo Bécquer)

Prólogo

  
Veo algo de perverso y oscuro en esto de que alguien escriba un prólogo de su propia obra, pero las circunstancias obligan. Cuando te metes en algo a lo que quieres dotar de seriedad, no concibes dejar sin esta parte tan importante a una obra compleja, por su propia naturaleza y por su extensión, a la que le viene bien algunas aclaraciones a modo de introducción para facilitar su lectura.
Nací en el Barrio marinero de la Almadraba hace 54 años. Fue allí donde prevalecía un catolicismo que irónicamente definí hace mucho como nihilista, por decir algo, con una devoción rayana al fanatismo por la Virgen del Carmen en su día y cuando se temía por las tormentas, y una duda fatalista sobre la existencia de Dios todas las horas restantes. Fue allí entre muebles carentes de libros donde empecé a gozar de la poesía ya que las canciones y los dichos populares abundaban y se ejercitaban con cualquier pretexto.  
Recuerdo especialmente dos anécdotas  relacionada con la Literatura cuando hablo de aquella gente, en la primera el pretendiente de mi prima Luisa, no logró conquistarla, dejó una impronta imperecedera  con una de las rimas de Bécquer en casi todos los vecinos de la pequeña calle del Tobogán, que pudieron leerlo durante mucho tiempo en la letra primorosa y con todo el candor que aquel amante desafortunado había labrado en un joyero de madera.
Quizás él no lo sepa pero no fueron inútiles sus esfuerzos aunque no consiguió lo que pretendía, dejó la Poesía del poeta sevillano en boca de aquella gente humilde. La segunda, el tumulto que produjo la adaptación cinematográfica de La Celestina, por su atrevimiento en su mayor parte en la exposición de desnudos parciales, lo reconozco, pero también por la fuerza arrolladora de los personajes principales y la crudeza de Fernando de Rojas a la hora de indagar la naturaleza humana y los peligros del amor en Calisto y Melibea por sus debilidades, y la sórdida, retorcida e interesada de la vieja alcahueta.  
En el colegio era muy recurrente recitar a Juan Ramón Jiménez, un Premio Nobel reciente por entonces, en una España necesitada de logros, se obviaba su exilio y el aborrecimiento que sentía por el régimen dictatorial mientras leíamos Platero y yo. Creo que se amaba la Poesía, a pesar del analfabetismo funcional de una buena parte de los mayores. En 1969 Serrat nos presentó a Machado y se ha quedado para siempre entre nosotros.
Los poemas que expongo en esta presentación fueron escritos en su mayor parte en los tres últimos años, pero hay poemas incluso de 1983. He intentado dotar cada uno de los apartados que componen el poemario de una similitud temática, estilística o emocional, por ello no será extraño que se observen hasta más de 30 años de distancia en poemas que son correlativos.
Sé que la poesía, y el arte en general, no pasa por un buen momento, ni siquiera depende de su presentación o su idoneidad, sé que este intento mío tiene todos los visos de acabar en unos pocos ejemplares en manos de familiares, amigos y conocidos que en la mayoría de los casos no encontrarán el momento justo de ponerse a leerlo, aun así este empeño me sobrepasa mentalmente y cumplirlo se me representa más allegado a la superstición que a cualquier idea allegada a la razón. Estando mal en la calle, en ésta encuentro una motivación que me ha ido quitando sin tregua el mundillo cercano a la poesía, no es constante ni, de momento, se extiende, pero cuando lo hace transmite y arranca la sonrisa de la satisfacción. Con Internet se ha encontrado una forma de difundirla, proliferan páginas, foros…  quizás en algún momento se sepa cómo hacerla llegar al fin por el que fue escrita, para llegar a la boca de la gente que pasa de una forma adecuada, pero de momento no se ha conseguido por los malos hábitos; solemos escuchar “no entiendo y no quiero llegar a entender de poesía”, “no distingo entre lo que es bueno y lo que no lo es”, sin que me consuele mucho he de admitir que lo mismo ocurre con el género literario más extendido ahora, la novela, la diferencia es que la gente pretende entender, quizás porque se vea bien. El problema aquí radicaría en elecciones poco acertadas.

7 de junio de 2014

A la muerte de un poeta

1.- El poeta y el loco.

¿No vendrás a tocar los pechos exaltados,
a mirar por encima del hombro de un gigante,
a reír en el país que expulsara a la risa,
a romper la corona del rey de los heridos?

2.- La deriva de una civilización.

Tus manos temblorosas esgrimen el papel
donde Byron dibuja la Hélade soñada,
y ya no quedan barcos para buscar las islas.

3.- El marasmo cotidiano.


Mas nadie considera el mar de nuestro rumbo,
vivimos en la herida sin saber qué nos duele,
vagamos en la niebla, lloramos la mañana.

4.- El show debe continuar.


 No tendrás otras fiestas para apurar las horas,
otro momento intenso para hablar del destino.
Llega el telón de fondo, el show ha terminado,
se recoge el atrezo, se apagan las linternas.

5.-  El gusto de la nada.

Pero ya no eres tú quien se acerca a la escena,
conversa con los trajes que tuvieron un nombre,
no eres tú quien celebra de la noche el reinado,
cuando Nada preocupa y aparece Dionisos.

Para nadie

1.- Los monstruos

Para nadie he escrito, la verdad es cortante,
brusca, hiriente, sin alma
como monstruos que asaltan las casas, los comercios,
y guardan en secreto
privilegios de clase forjados por la infamia.


2.- Sobre la cultura.

Hölderlin una palabra, Rimbaud un desafío
estético sin fondo,
Dylan un dinosaurio de un tiempo que no existe,
que es nuestro propio tiempo;
guerras y disparates,
Bécquer, acorralado, busca su antiguo olvido,
que nadie le moleste,
nadie hurgue en su herida,
Camarón está muerto, suena el jazz, no se escucha.

3.-  Sobre la pena de muerte.

Para recuperarme tengo la cobardía
de quienes conversaban conmigo en el pasillo
de las ejecuciones
y que nunca quisieron saber que les decía,
ya que a veces cortaban flores para el verdugo,
la nula implicación de los días que pasan,
de la gente que ve fútbol en la taberna.





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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.